" EL TALLER DE LOS RE-CUERDOS"


La palabra "recordar" viene del latín "recordari", formado de re- (de nuevo) y de -cordis (corazón). Va más allá de tener algo o alguien en la memoria, sino de que se les da la oportunidad de  que "vuelvan a pasar por el corazón".

Ya sabemos que la memoria juega a menudo con nosotros porque todos la conservamos en cajones de nuestra mente. Algunas lo hacen sucio, mostrándote las cartas marcadas con las que pierdes vida y tiempo y se convierten en traumas que te rodean y no te abren paso hasta que les abras la puerta y salgan para siempre por esa ventana atrancada con maderos pesados. Pero, hay otras que son memorias de la felicidad, cartas preparadas siempre para juegos limpios, sin trampas ni cartón, aquellas que guarda directamente el corazón y están ahí, nunca se borran pero dan miedo mirarlas porque los recuerdos, aun siendo bellos, se quedan atrapados en baúles, en ese trastero del altillo y con una llave oxidada que cuesta mucho esfuerzo girarla y se opta por abandonarlo temiendo que vuelen y no vuelvan.

Un presente bien construido es aquel que se nutre de pasados buenos, regulares, malos u horribles. Todos fueron aprendizaje, te curtieron el cuerpo y el alma y tú eres el resultado de la suma de todos ellos. Pretender un presente sin todas esas variantes no te dará la estabilidad necesaria y la mesa no estará equilibrada amenazando con muchas caídas cuando te apoyes en ella si crees que es fuerte para soportar lo que le eche la vida encima.

No es fácil si nunca te has dirigido hacia un taller que repare  lo que no funciona en ese presente alterado, que no conoce la calma e ignora cómo arrancar ese motor   con la visibilidad que requiere conducir libre y seguro tu presente y si este se ha vivido a salto de mata o al aquí te pillo, aquí te mato...; Lo regular, lo malo o lo horrible siempre están ahí flotando, no se hunden fácilmente y es la amargura la que se presenta y ahoga lo dulce, lo bello, lo que el corazón esconde por temor a perder lo único que le queda en su rincón. Quizás, ignoramos que al abrir tímidamente esa tapadera que lo cubre, con ella, se enciende una luz automáticamente, como nuestras neveras, e iluminan esos momentos de tu vida que están ahí, nunca se fueron, nunca se borraron; todos están enlazados con un hilo para tirar de él y él de ellos. Y el corazón los espera, nunca cierra esa puerta a la memoria sana y les da la oportunidad de re-cordar, de empezarse a sanar a partir de la belleza que guarda porque esta sería la alfombra mágica, voladora, en la que se posarían aquellos habitantes menos bellos, menos buenos, menos horribles que irían saliendo, poco a poco, pero con una base limpia, sana y más dispuesta a mirarlos a los ojos y mantener esa mirada sin más miedos y con más paz.







Comentarios

  1. Por fin lo he leído. Menos mal, porque que bonito lo expresas. Que bien escribes. Esto es otro nivel. Al leerlo me meto también en esos cajones de recuerdos. Tus escritos son para leer y reflexionar; navegar en el relato. Enhorabuena otra vez

    ResponderEliminar
  2. Escribo tal y como lo siento y salen solas la palabras. Muchas gracias, Emilio!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario