Que dicen las infelices, tristes, perdidas lenguas que la libertad es ir por caminos transitados, plagados de vinos y manjares, tener muchas propiedades aun no siendo propias sino de las bancas vitales, volar en compañías en masas tan dispares dispuestas a ver el mundo escribiendo postales que confirmen esos viajes. Y en compañas que alivien sus soledades que no soportan estar consigo, solo, por sentirse muy poco. O  movilizan sus cuerpos conduciendo muchas calles y se confunden con iguales. Que dicen las infelices, tristes y perdidas lenguas que la vida en un salón, con un libro o pariendo una creación, en el silencio del alma, sin ninguna interrupción, soñando sueños que se cumplen, viviendo de uno mismo y de su imaginación es esta una vida triste,  opaca, sin brillos y sin pasión. A esas lenguas tristes,  felices de cartón, les digo que no hay nadie más libre que el que elige  lo que le pide su corazón. Que no existen frontera,  ni lindes, ni barreras para quién vive su vida y la di