Cada vez es más frecuente que los gaditanos se queden en sus casas el sábado de carnaval. Esta noche nos han visitado, en su mayoría, adolescentes embotellados cuya misión o diversión está dirigida únicamente al vandalismo. Son las las 6.30 de la madrugada y el centro de Cádiz está despierto: los que  recorren las calles al son de música enlatada al ritmo de reguetón al máximo nivel de volumen y los que no hemos podido dormir por tener obligatoriamente que escucharla. No hay un solo compás chirigotero entre esos sonidos desesperantes. Los únicos sones son los que producen los cracks de botellas estampadas contra las paredes y las fachadas. Gritan, se pelean, se insultan entre ellos. Disfraces destrozados es lo que les quedan a estas horas. No, esto no es el carnaval de mi tierra, esta imagen no lo representa. El camión de la basura ha pasado en cuatro ocasiones por mi calle y vuelve al poco rato porque no da abasto para recoger las inmundicias que se renuevan sin parar. Ellos no paran,