La siempre temida cuesta de enero lo es por los bolsillos enfermos después de unos largos días de desgaste, es una consecuencia, una resaca monetaria que se cura o se mejora con la nómina de febrero. En cambio, la de de julio llega en pleno mes, in situ y como causa de la obligación de unos días de vacaciones, para quien las tenga, o para los que ya no aspiramos a tenerlas porque se nos ha pasado el arroz con la jubilación.  Que un mes te empuje a cambiar por varias semanas, a alterar tu vida disfrazándote de turista, viajero incansable, ansioso por una paella, unos vinos y una sofocante estancia es una obligación añadida a las muchas que ya tienes. Has de disfrutar de ese ocio impuesto sin más remedio o te considerarás una persona fracasada que no alcanza el nivel de los que sí están en esa noria, ahora en alto, que bajará a la vez que tus ánimos cuando todo se acabe y vuelvas de esa nube de humo. Julio es un mes falso, más que agosto, por empezar antes y dejarte con los pies colgando