" VECINOS QUE NO PELEAN, GUERRA QUE NO COMIENZA"
Decía mi padre que es más fácil cambiar de trabajo que de vivienda. Parecía exagerado, incluso, un chiste, pero, él era de ideas claras y de sentencias contundentes y lúcidas. Y otro más preciso aún: tu libertad acaba donde empieza la de los demás. Pongamos un ejemplo práctico: quieres escuchar música en tu casa a un volumen excesivo y te escudas en que es tu derecho y tu libertad de hacerlo por estar en tu propiedad. Igualmente, el vecino cercano quiere silencio. ¿Quién de los dos tiene razón?; evidentemente, ninguno. Ambos han de ceder a un sonido intermedio y tolerable para el descanso de uno y el oído del otro. Es cuestión de minutos y buena voluntad (diálogo) controlar esa batalla incipiente y que no se convierta en guerra. La cesión y concesión son imprescindibles. No es cuestión de vencedores ni vencidos, las dos partes pueden ser iguales en victorias o derrotas, depende de ellos y de sus razonamientos en sus negociaciones. Lo que es innegable e inadmisible es el martirio de algún perdedor. Si eso ocurriera, no existiría podium para erigirse en su cima.
Siempre he pensado que las disputas se inician en los patios del recreo. El acoso de los más fuertes sobre el más débil. La fuerza bruta del silencio carente de razones les da poder de ataque con sus puños por tenerlos en su vacío cerebro. Les mueve, quizás, la envidia, la ambición, la conquista del espacio, el robo del hambre en desayunos, esa gula insaciable del despojo de lo ajeno. No se soluciona con un "daos la mano", eso llegará con la resolución, no antes. Un diálogo en igualdad es fundamental para llegar al punto de inicio del porqué. Los parches se caen cuando la tierra es movediza y no firme. Sin esas palabras cruzadas en las que lleguen a un acuerdo sincero, no crecerá esa paz, siempre será tambaleante por su falta de raíces.
Si ese acuerdo no se firma con previas reflexiones hasta llegar a la casilla de salida que aclare esa invasión vital sin derecho de entrada, tan sólo se cimentará de venganzas, odios y, llegado el momento, de muertes, exterminios hasta el genocidio de los que nacieron frágiles.
Israel se creyó, por conveniencia, que no por mandamientos divinos, propietaria de unas tierras regaladas por un dios personalizado según sus deseos. En su escapada en busca de la superviviencia de su propio exterminio, empujaron a los que consideraron invasores por habitar tierras y rezar distinto. El acoso comenzó cuando ya eran grupos, el mundo los fue aceptando y reconociendo a costa de los invadidos. El patio del recreo nunca fue compartido a medias; los bancos donde se asentaban fueron derribados y los bocadillos pisoteados. Sólo un estrecho cubículo se les permitió durante algún tiempo como refugio y morada, pero, lo querían todo. Y todos debían cambiar de centro que, ante su negación por conservar lo que es suyo, el acoso primero se transformó en matanzas generalizadas donde la ambición, nacida de caprichos falsos con los que se escudan para hacerse, por imperativo divino, con las tierras que consideran suyas según esas supuestas sagradas escrituras que, algún humano sin humanidad, decidió escribir desde su imaginación (nunca se transcribe lo que no se ha dicho) que aquellos terrenos se les adujidicaron alguna vez.
Hoy, el grande se come, devora sin saciarse, a los pequeños sin la menor impunidad. El mundo lo observa desde sus ventanas. Pero, como en todo acoso que se desprecie, los grandes atraen a los de su tamaño y hacen pandilla y la bola del mal crece. Mientras, los acosados van desapareciendo hacinados sobre escombros de lo que construyeron. Lo que se engendró en un patio de recreo por un metro más allá que me molestas, hoy es un vete de aquí o te mato.
Y lo que se inició con unos matones imberbes o entre dos vecinos por unos decibileos de más, dura hoy ganando el bando de los execrables genocidas que destruyen a una nación entera ante la vista de los más cercanos en sus calles que cierran ventanas para no inmicuierse en la contienda y no mirar ni de frente ni a los lados. De momento, poca vecindad los defiende, el resto argumenta que la culpabilidad es del terrorismo que lucha en defensa de su gente. Quizás, Hamás no existiría si los grandullones pararan en su capricho de coger lo que no es suyo. En definitiva, dos pueblos, dos religiones y muchos muertos gazatíes que, más pronto que tarde, irán a por sus vecinos cisjosdanos y así hasta que la razón se imponga al ansia de matar inocentes que ya no recuerdan lo que era una mañana de camino a sus colegios.
Que alegría me has dado con tú incuestionable reflexión. Y nos llaman terroristas a los que pensamos así. Claro, que menudos elementos son los que lo dicen. No sé qué tendrá que ocurrir para que lo llamen genocidio. 🥰🥰🥰
ResponderEliminarY los genocidas son asesinos y a estos se les juzga en un tribunal y les faltarán vida para tanta condena.
EliminarAlgún día nuestros descendientes nos preguntarán dónde estábamos y qué hacíamos mientras se masacraba al pueblo palestino.
ResponderEliminar( Nicasia)
Y mientras nosotros, mirando por la ventana
ResponderEliminarIncreíble amiga, cuánto razonamiento sin desperdicio. Me ha encantado leerte. Sencillamente MAGISTRAL. 😘😘
ResponderEliminarMuchas gracias, querida AMIGA Inma!!!
EliminarHamás en defensa de su gente? Si los usa como escudos, han matado a bebés con sus propias manos después de violarlos. Asesinan a homosexuales y pegan a sus mujeres, seguro que protegen a su gente?
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