"NUESTRA HISTORIA NO SE VENDE: CÁDIZ Y 'EL PÓPULO'

 

Mi infancia son recuerdos de pisadas sobre piedras del Cádiz trimilenario. Del brazo de mi madre recorría casi a diario las tardes de visitas a mis tías y primos en el barrio de la Catedral. Esos días han permanecido en mi memoria porque han crecido conmigo. Más de tres décadas me faltaron y me abracé a ellas a mi vuelta como el tesoro que guardara un barco en la profundidad de su alma: no había cambiado aún; las ostioneras seguían vistiendo fachadas rematando sus esquinas con guardacantones de navíos que completaban el mar y la tierra gaditanos. Respiraba mi aire salado sin adulterar y era emocionante reconocerme en ellos, revivir la magia que abandoné tantos años y que se había despertado llamándome porque ambas nos echábamos de menos.

Cádiz es pequeño en espacio y es parte de su grandeza serlo. Las obras de arte nacen de manos privilegiadas y es pecado grave alterarlas. Cabían los gaditanos y los que, de buena fe, venían a visitarnos con ánimo de disfrutar lo que somos y cómo lo hemos sido siempre: generosos con quién nos quiere y acepta y se integra a nuestra cultura y costumbres.

Pero, nos están faltando al respeto y son palabras mayores que hay que recortar. Cádiz se ha puesto a la venta de los poderosos y se está regalando a los advenedizos que se quieren repartir la tarta gaditana entre ellos a costa de las raciones que nos tocan, y eso no se puede tolerar.

Ayer, se publicó que a la pastelería centenaria "El Pópulo" le quedan escasos meses de vida. Han vendido su casa a extraños que no valorarán jamás lo que significaba ese lugar. Todo el edificio se disfrazará de pisos turísticos en fechas que no corresponden con nuestro carnaval. Mis recuerdos de ese rincón dulce tendrán sabor amargo cuando pase por delante en esa otra nueva vida de ladrillos comunes con la que la vestirán. Mis caramelos violetas y de menta morirán con el primer golpe de derribo e irán al fondo del mar, un pecio más de los que vendrán detrás si esta locura no se detiene. 

Si a quién le corresponda, le llegare este escrito, ruego que se mimetice con nuestra tierra, nuestro mar, nuestro aire y vientos. No autorice cambios que nos destruya: treinta monedas, aún siendo de oro, no valen lo que no tiene precio. No nos venda al mejor postor. Cádiz no está en venta, los tesoros jamás lo están.

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