MICRORRELATO: EL SUEÑO EXTRAVIADO


Las horas permanecían insomnes, Morfeo las abandonó una noche sin avisar y nadie sabía dónde estaba. No pudieron dar el aviso a las autoridades hasta pasadas las primeras cuarenta y ocho horas. Un tiempo precioso que le dio demasiado margen para esconderse sin llamar la atención. La gente lo justificaba por el cambio de estación durante esos dos días primeros y quisieron sustituirlo a base de la química farmacéutica. Pronto las boticas quedaron desabastecidas y el problema pasó a mayores. Las persianas de los párpados no se bajaban, la mente no encontraba rincón alguno dónde sentarse, las camas intactas, las cunas también. El mundo deambulaba arriba y abajo y de abajo arriba. Nadie quería permanecer en sus casas donde el tormento era mayor y más visible.

Las noches y los días eran iguales, no se percibían cambios en su transcurso. Ningún cartel de cerrado colgaba de puerta alguna, pero, nadie entraba en ellas. La banca ya no repartía turnos en su no atención a los clientes, las hipotecas parecían en huelga y los bares suprimieron sus placas de reservado el derecho de admisión y de aforo. Si no hay sueño, tampoco ilusiones. Los autobuses, taxis, trenes y aviones ansiaban bajar banderas y abrir taquillas para ese público perdido. Poco a poco, el silencio se hizo el amo de las calles. Todo lo hablaron ya, incluso las mentiras. Ya no hacían planes, ¿para qué?. Las vacaciones ocupaban las plazas de todos los trabajos. No era relevante el día de la semana, ni los puentes, ni los encuentros entre amigos ni familiares. La falta de apetito ilusorio había matado esos días gloriosos marcados en los calendarios.

Pasó mucho, mucho tiempo hasta que un día o una noche a no se sabe qué hora, un banco de una olvidada plaza estaba cubierto por una manta de colores alegres y tranquilos. Algo tapaba bajo ella, un bulto alargado sobre ese asiento abandonado. Se dio la voz de alarma y pronto quedó rodeado del gentío que no se atrevió a destaparlo hasta la llegada de las autoridades y los medios informativos que cubrieran el hallazgo. Permanecieron tiempos sin saber cuántos. Al fin, la manta comenzó a removerse y la expectación en su punto álgido guardaba el escaso aliento que aún sobrevivía. Como un parto, el gentío creía ver contracciones que dieran luz a esa angustia permanente en la que vivían su sinvivir.

Un cuerpo ajado, harapiento y malquerido asomó frotándose sus ojos con sus nudillos. Su sonrisa era placentera al sentirse observado por ese mundo que tanto lo ignoró. Había arribado a nuestras costas una noche cualquiera, como tantos otros. Traía consigo un hatillo de ilusiones que le sirvió como almohada para conservarlas. La vida lo rescató y le regaló ese largo espacio en el tiempo donde el sueño sería exclusivo para él, se lo había ganado después de tantos despertares en su triste realidad. Ya era alguien, ya no era nadie. Consiguió lo que otros no tenían: despertar con la generosidad de devolver su regalo; compartir lo que fue únicamente de su propiedad: SOÑAR.



Comentarios

  1. Buenos días Moby: yo también a va la espera de que capturen al señor Morfeo.

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