RELATO: “RIZOS DE NIEVE”
Por aquel entonces, su nombre y ella eran infantiles. Sus
caprichos se atendían con la rapidez que nacía de su autoridad de niña mimada
desde su nacimiento y su matrimonio. Su marido no escatimaba en hacerla feliz
por encima de él y de las circunstancias. Cambiaba de domicilio como de
vestido; su casa de muñecas era su juguete favorito.
Una mañana, la tierra giró demasiado revolucionada y todo su
mundo cayó en la realidad. La infancia murió y, con ella, su valedor de
ilusiones. Ella y su nombre se hicieron mayores en pocas horas. Una viudez
inesperada y unos hijos que no eran muñecos la hicieron crecer dando un salto
inmenso en su biografía. El personal de servicio encargado del aquí y ahora de
antes se traspasó a otros señores en ese después. Su prole iba y venía de la
vida a la muerte sumando más despedidas. Sólo ella y cuatro de su descendencia
sobrevivieron a esa orfandad, esa guerra y a tanta hambre.
Su casa le sirvió para sobrevivir, la reconvirtió en
habitaciones de huéspedes donde ambas partes se daban de comer con el esfuerzo
de sus manos tan de porcelana, descarnadas ahora en esa cocina de veinticuatro
horas donde el sueño no descansaba.
El cambio de vestiditos por mandiles la envejeció muy pronto.
Su cabello era blanco a juego con los manteles y la ropa de cama. Sólo una
alegría, muy de vez en cuando llegaba a su vida, una señora de las hospedadas
le arreglaba su peinado y alababa su color blanco a lo que añadía: Doña
Manuela, tiene usted rizos de nieve. Esas palabras la transportaban a su edad
de oro transformada en plata durante esos pocos minutos donde volvía DOÑA
MANOLITA.

Así es, mi abuela pasó de te er 4 criadas a tener que atender a 60 en una fonda que ella misma creó en su casa. No se le cayeron los anillos y sacó adelante a su familia
ResponderEliminarEsa lucha marcó su carácter hasta el final.
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