A un océano de amor, distraído en sus vaivenes, olas de fuego le llovieron un día cualquiera. En su inmensidad, jamás se vislumbró horizonte. Su fortaleza creyente se mecía tranquila, segura de piratas cojos, de barcos abanderados de traiciones. Sus aguas infinitas abocaron en ríos de corrientes, latentes del ayer, inseguros del mañana. Hogueras ilegales jaleaban avivando pecados ahora, milagros antes. Cauces irregulares mantenían pasados: guardias vigilantes del ocaso; ángeles de la memoria sobrevolaban y guardaron gotas sagradas al abrigo de sus alas. Entre maremotos, tormentas,  turbonadas a veces, tifones, huracanes y olvidos disfrazados, navegaban en ese río casi vencido  vientos pobres  lejos de monzones y tramontanas  capaces en sus plenos de borrar cielos e infiernos. Entre riachuelos aupados con lágrimas ocultas, se hizo a la mar, cáscaras de nueces como navíos, suficientes para un paseo que navegara entre ríos. Y arribaron orillas, playas y los bueno...