"Y YA PASABA POR AQUÍ..."
Durante unas semanas, no he dormido en mi cama. Otra me esperaba muy parecida cada noche. Me desubico mucho cuando cambio de lugar, tanto que, al despertarme, necesito de unos minutos para adivinarlo. Siempre me pilla en un sueño el momento de abrir los ojos por lo que este último escenario se suma a mi desconcierto. Un reloj con números grandes y luminosos es imprescindible en ese instante. En casa, está a mi lado; allí, frente a mí. Son pistas para hallarme, pero, no recuerdo estos datos precisos de colocación hasta más tarde. Y sigo sin saber mi lugar ni la ciudad en la que despierto tan perdida. Tampoco sé en qué mesilla dejé mis gafas, tan necesarias ahora más que nunca para que me ayuden a encontrarme. En ambos casos, sólo hay una, pero en diferente disposición. Igualmente, las ventanas me las cambian de noche y, a veces, es la del armario la que abro en vez de la que da al exterior. La puerta de salida, en casa, nunca se cierra; allí, sí. Mis narices dan buena cuenta de ello cuando me las estampo otro día más. Mi cocina es pequeña, con dos pasos llego a todos los espacios; allí, muy grande y muy fácil de coger un tazón en el sitio equivocado y no el mío, personal e intransferible, para mi energético colacao que me otorga los superpoderes durante la jornada. Allí, su frigorífico conserva cuatro variedades de leche; mi color es violeta, pero, no sé por qué, saco también las otras tres antes que esta... y mira que intento no equivocarme y elegirla a la primera, pero no hay forma. Afortunadamente, no tomo nada sólido, sería tremendo la elección entre los tipos de panes que encierra la despensa; minutos que me ahorro, sin duda.
Las horas siguientes también están alteradas y con ellas, los horarios bailan a otro ritmo, mucho más marchoso sin pasos de salón. Te adaptas al son según suene en la Alexa que es la pincha discos de mis tiempos ahora. Allí, la televisión es del siglo XXII por lo menos. Tantos mandos para encenderla que es, finalmente, la que decide por mí y, si ella gana, yo me rindo y le doy al botón de apagar con el que no suelo confundirme y fin.
Pero, si hay algo que conozco con certeza son los pasitos de Daniela (Dada) cuando se acerca por el pasillo: siempre tan acompasados que me avisan de que llega alguien inconfundible, incomparable y única. Es, sin duda, mi verdadero despertar y lo hago a su lado, y la toco, abrazo y beso para asegurarme de que no es un sueño, sino que es la mejor realidad, el mayor disfrute verla y que me sonría con su biberón en una mano y saludándome con la otra.
Hoy, ahora, ya sé dónde he dormido y me he despertado. Las confusiones, como es habitual, las mismas, pero, sé que esta mañana no escucharé esos pasitos contentos ni tocaré sus manitas cariñosas para que se agarren a las mías. Y me doy cuenta de que para ella no existen los cambios, sabe adaptarse muy pronto a lo nuevo y disfrutar a lo grande en su primera guardería que, en menos de dos semanas, la vive como si fuera su casa: bailas, juegas, vas haciendo amistades y comiendo lo mismo que el resto. Eres feliz estés dónde estés. Daniela, de mayor, yo quiero ser como tú.
Ayyyy! Que bonito. Dale un beso muy fuerte a Dada. Y dile que yo tengo también una nieta, que aunque no lleve mi sangre daría la vida por ella. Tiene dos añitos casi y medio. Moby ¿A tí también se te cae la baba como a mí?
ResponderEliminarDada cumplirá dos años en un par de meses y no es que se me caiga la baba, me caigo yo entera ante ella.
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ResponderEliminarUna persona con esa sensibilidad es como un refugio antiatómico. Siempre Manuela💜
ResponderEliminarQué bonito, querido Anónimo/a. Muchas gracias!!!
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