"NUEVE HORAS SIN TI..."


Iba a ser un lunes contento, saldrían a pasear unos pasos más de lo habitual con mis zapatillas de entretiempo que ayudan y animan. Al fuerte viento, no le pareció bien mi idea y me envió de vuelta pronto sin apenas usar mis pies, él decidía mis vuelos y aterricé en casa con el pelo revuelto y cansada de esos aires dictadores. Sobre las 12 del mediodía, como de costumbre, almorcé lo que tuvo a bien calentar el microondas, pero a falta de mi café que sella ese momento y, justo cuando escuchaba a Javier Ruiz en la 1, todo quedó a oscuras y en silencio. El negro de la pantalla se comió las noticias, los relojes ya no tenían horas y el frigorífico amenazaba con malherir cruelmente lo asignado como guardián de su mantenimiento si no volvía en sí antes de un coma profundo.

Amo el silencio, pero me asusta la nada. Una llamada con mi hermana quedó cortada en pedazos que se perdieron en ese espacio aún sin bautizar. Desde mi balcón, pregunté a dos hombres que parecían informados y fue peor. No era sólo en casa, mi escalera, mi calle o mi ciudad..., España, Portugal, Andorra, Francia..., el sur de Europa. No eran los plomos, era una plúmbea noticia la que saltó. Aun siendo de día y soleado, llegó la noche oscura de la desinformación y el temor de la magnitud que pudiera o no tener a esas horas ya. La luz no era nuestra guía, alguien superior a ella cortó esa línea dueña del mundo terrenal superior al espiritual: la electricidad, capaz de anular a la humanidad con un simple botón u otra herramienta a mano. Nos abandonó en la nada sin pasar por el limbo, más cerca del infierno. Sin previo aviso y a tración, nos dejó claro  que ella conduce las riendas de los deseos y voluntades. Somos demasiado urbanitas para encajar situaciones inesperadas que rompan nuestras costumbres de permitir que los botones nos pongan la mesa caliente y nos distraigan aparatos que esconden silencios y hablan por nosotros. Viví, al menos, algo más de una hora de desencuentros con mi rutina tan unida a los cables que me atan. Poco a poco, la situación, la mía, dio giros hacia la gracia de que el sol era fuerte e iluminaba sin inalámbricos lo que no me daban esos enchufes mudos. Pasé la tarde adaptándome a su luz según entraba en cada rincón de la casa hasta que llegaron el sueño y su partida. Ya dormida, ruidos de bienvenidas entraban por todas partes: el ordenador, la tele, el móvil, los relojes, el frigorífico... estaban de vuelta de su secuestro y querían saludarme. No sabía si lo soñaba o era real. Y, entre parpadeos de luces sin control y los de mis ojos, volví a mi mundo. Pero, no antes de darle las buenas noches al libro que me acompañó toda la tarde. Volví a un mundo natural, sano, sin móviles, sin pantallas, sin noticias mentirosas, sin guerras, en paz... Fue la parte buena de esta historia, ese silencio que nace cuando los ruídos descansan. Miremos más por lo natural, por todo lo que tenemos tan cerca y tan invisible; soltemos cables y amarres que nos atan y nos hace inútiles sin ellos. Se puede vivir y respirar sin luz, pero nunca sin luces. No es lo mismo.

NOTA DE LA AUTORA: LA MADRUGADA ESTÁ MUY DESPIERTA A LAS HORAS EN QUE ESCRIBO ESTAS LETRAS. IGNORO SI FUERON FALLOS TÉCNICOS O MALDADES HUMANAS LAS QUE PROVOCARON ESE APAGÓN TAN INESPERADO COMO DESCONCERTANTE. EN BREVE, IMAGINO, SALDRÁ LA VERDAD. MIENTRAS TANTO, HE QUERIDO SACAR LA PARTE POSITIVA DE ESTA ´AVENTURA´. YA SE DESPERTARÁ LA REALIDAD...

Comentarios

  1. Que bien descrito. El silencio es bonito pero queda la terrible incertidumbre de saber de nuestros seres queridos. Yo ayer esperaba incluso que tras el apagón vendría algo peor. La imaginación y el miedo me llevaron por caminos más negativos todavía a🥰🥰🥰

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  2. Yo también pasé por esos momentos y era estar en blanco, desactivada y muy preocupada por mi gente, que no sólo es familia... Finalmente, entré en una nueva historia (último libro de María Dueñas) y ocupó mi mente con esa otra realidad.

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