Tendría
unos 13 años cuando se estrenó la película de Summers más prohibida para las
niñas que empezaban a dejar de serlo. En ella, se mostraba al mundo la realidad
más oculta hasta entonces: Cómo se "hacían los bebés". Eran los
últimos tiempos del franquismo y, aún, era intocable esa cuestión entre madres
e hijas y ni pensarlo en el colegio o con tus compis porque ni se cuestionaba
entre nosotras. A las que ya les había venido "el periodo", las
obligaban a guardar silencio por ser algo feo y que se debía esconder,
disimular, ocultar y, sobre todo, silenciar. Esta película venía a destapar
¿"todo"? ese misterio pecaminoso y tácito establecido durante esos 40
años. Desde una visión muy blanca e inocente, se nos mostraba cómo dos niños se
conocían, se atraían y se "enamoraban" hasta llegar, desde su total
ignorancia, a hacer el amor y, posteriormente, a quedarse ella embarazada. En
ningún momento, se explicaba cómo supieron que era así como se hacía el acto
amoroso, (hoy se explicaría diciendo que fue el instinto animal el que los
condujo hasta ahí...) y, a partir de esa escena, todo se centra en el
transcurso del embarazo hasta que el bebé llega al mundo con la ayuda de la
pandilla en la que todos estaban muy integrados y con unos roles muy marcados
en su intervención durante el "embarazoso" proceso. En fin, no te
enterabas de mucho, no te daban ninguna información real ni educativa porque,
imagino, que ya era más de lo que hubiese permitido la férrea censura de la
época.
Todo
esto creó un gran revuelo en las familias donde fue objeto de debate durante
varios meses: permitir o no el visionado en los cines de la cinta "encinta"
y, si debían estar o no acompañadas de sus madres durante la proyección. Se
mantuvo en pantalla varios años porque esa fue la duración del debate familiar
hasta obtener el beneplácito necesario para ello. Las privilegiadas que lo
obtuvieron antes eran consideradas poco menos que las más grandes en
importancia y, sobre todo, en "madurez": ya habían dado el paso de
niña a mujer. El resto, yo entre ellas, fuimos de las últimas en conseguirlo,
no sé si por el tabú que encerraba o por tener que pagar las entradas en una
familia numerosa del género femenino. El título de la polémica película era:
"Adiós, cigüeña, adiós".
Me ha
venido toda esta historia hoy a mi cabeza porque, también, es tradición en
nuestro país, la transformación de nuestros nombres según la edad que vamos
cumpliendo. Al bautizarnos (era obligatorio) se nos daba uno, normalmente, para
recordar o agradecer a algún ascendiente (en mi caso, a mis padrinos, Manuel y
Manuela, a mi abuela y tía paternas Manuela´s también; mis padres cumplieron
con todos ellos a mi costa...) y fui llamada Manuela. Paralelamente, en casa y
solo en ella, mis hermanos me dieron el apelativo de Moby (sí, por la famosa
ballena y por mis kilos de más en aquella época respecto a mis hermanas); me
gustaba y no lloraba al oírlo, sin problema. Fui Manoli para mis padres, mis
familiares, en el cole, en mis noviazgos tempranos, en mi pandilla, al casarme
y, de nuevo, en el cole para mis alumnos.
Mi
vida cambió hace ya varios años en prácticamente todo y, sí, también en eso. El
paso del tiempo me hizo cumplir años y, con ellos, admitir que la "i"
familiar con la que acaba la mayoría de nuestros nombres cuando nacemos, se
cambia por la vocal que significa el dejar de ser joven. Actualmente, los más
cercanos (familiares, amigos y el facebook) me conocen como Moby. Para el
resto, he pasado a ser Manuela. Tantas vueltas para llegar al mismo punto de
partida (de nacimiento).
Como siempre seguiría disfrutando de todo lo que escribes. La verdad es que empiezas a leer y no puedes parar. Recuerdo esa película la vi en casa con mi familia y aún no entiendo, siendo yo tan pequeña cómo dejaron que la viera?? Ya sabes que a mí también me pusieron Manuela para cumplir con mi madrina, pero iba seguido de Patricia porque mi hermana María Jesús se negaba a que me llamararan "Manuela". Al final mi padre(que en paz descanse) me llamaba Kiki y el resto de mi familia y amigos Patri o Patricia. Ahora ya sólo soy Manuela Patricia en los papeles oficiales. Aunque ya sabes que ahora nuestro nombre lleva un tiempo de moda.
ResponderEliminarTe doy un aplauso interminable por tan interesante reflexión. Te quiero muchísimo!!
Ahora, me encanta ser MANUELA, es un nombre con mucha fuerza, la misma que tenemos las dos. Un beso enorme, tocaya!!!
EliminarEfectivamente, la educación de las niñas en esa época no podía ser más ñoña
ResponderEliminarEsperemos que la mojigatería que asoma en algunos ámbitos no se imponga y limite los logros obtenidos tras tantos años de reivindicación.
(Hermana nediana).
Esperemos!!!.
EliminarMerçies, ma migonne!
Mi nombre también ha recorrido un montón de formas. Para mi madre fui Lolo, porque así lo pronunciaba yo de chico. Para mi padre, Manolo. Para algún familiar, Manolín. Luego ha habido varios apelativos: Manolo, Manuel, Mac, Casal (como si fuera un filósofo, un político o alguien conocido), Manuel María, Manu, incluso Manolillo. Siempre he dejado que cada cual me llame como quiera. Al fin y al cabo, el nombre también expresa la manera de ver a una persona. Me parece que a quien no le importa verme cercano me llama Manolo, y el Manuel lo adoptan los más tímidos o quienes prefieren no acercarse demasiado, aunque esto no es más que una impresión mía, que cualquiera sabe. Cuando me bautizaron, mi padre, quizás con el deseo de cumplir tradiciones familiares, me endosó “Manuel Maria Deo Gracias de la Virgen del Carmen”, y se quedó tan tranquilo Afortunadamente, en el Registro Civil solo me puso Manuel. Un beso, tocaya.
ResponderEliminarMANOLO, siempre CERCANO. Muchos besos, tocayo y querido amigo!
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