Durante más de media vida, mi casa fue un museo, se miraba pero no se tocaba, bajo pena si se diera el caso. Recuerdo que el salón, como en el Palacio de Congreso, solo tenía una jornada de puertas abiertas, y que también coincidía con el puente de la Constitución, por aquello de adornarlo en navidad. Entre ese mundo visible e intangible, estaba mi thermomix cuya misión era tan solo formar parte de ese conjunto perfecto y tan milimetrado como lo era todo lo demás. Ilio, mi gran amiga, me invitó al cumpleaños de su padre, mi querido Rafael; le dije que la tarta la llevaría yo y la encargué pero no me aseguraron que estuviera para ese día. Ante la duda, opté por dar un paso al frente y hacerla yo: iba a estrenar casi todo lo que había en la cocina y tendría que verla, durante el proceso, desordenada y con alguna que otra mancha..., le volví a echar valor y me dije: vamos a intentarlo!, misión muy complicada, no solo por elaborar la tarta, también por saber si yo sobreviviría a ese salirm