Para encontrar a un amigo-amigo de verdad, no siempre es necesario recorrer el mundo; en mi caso, me bastaron 40 años de distancia y, después, subir unos pocos escalones, solo nos separa un piso, una casa que es, desde el principio, una prolongación de la mía.  Nos conocemos desde que éramos muy jóvenes y nos perdimos la pista durante cuatro décadas. En una reunión de reencuentros, volvimos a encontrarnos. Poco después, yo me compré el piso en un segundo (literalmente, fue espontáneo) y él se quedó con el tercero. Desde ese momento, compartimos muchas risas, historias, historietas, confidencias y una amistad cada día más sólida y verdadera. Somos la noche y el día (ni en el blanco de los ojos, ¡vamos!), pero nos une la sinceridad, la franqueza, el escucharnos, que no oírnos (está un poco sordo...). En fin, tener a un vecino que sea también tu amigo y, a un amigo que sea tu vecino es fantástico. No hace falta vernos todos los días, cada uno lleva su vida sin entrometerse en la del otr

 Cuando estás en el espacio infinito, tu cuerpo y tu mente flotan sin la atracción de lo terrenal. Pero, si está cercano el momento del aterrizaje, en ese camino te acompañarán las emociones que habitan en ti: vuelves a casa y allí te están esperando. Volar y volver de los vuelos son vértigos que hay que asumir cuando se deciden vivirlos. Hemos  modificado nuestra trayectoria vital y, sin duda, ha sido para mejor y, ahora, solo nos toca adaptar este aprendizaje a las realidades y a lo cotidiano.  El viaje espacial ha significado la savia nueva que necesitaban mi cuerpo y mi mente para vivir mejor. Mi ERASMUS, personalizado, en un lugar donde soltar lo que pesaba y pasear sin las bridas que me ataban. Leí en algún sitio que para cruzar el mar es necesario perder de vista el horizonte de donde partiste, soltar y crear nuevas alas para ese viaje. Y si ese camino se hace junto al amor que te dan desde la generosidad de no pedir nada a cambio, podrás crecer siendo tú misma y descubriendo en