Que ha sido un año difícil, no hay duda. Lo ha sido  no solo para mí, el mundo ha empeorado en estos últimos meses: guerras, inflación, injusticias para los más desfavorecidos, carencias vitales y un sinfín de días con poco sol y demasiadas noches. En mi mundo personal, he de celebrar, por encima de mi enfermedad, el nacimiento de mi nieta. Es lo más grande que me ha dado la vida junto con el de mi hija. Tiene toda la pinta de que será tan buena persona como lo es su madre y eso me llena de alegría, el saber que aún quedan esperanzas de que el mundo pueda mejorar. Con respecto a mí, me encuentro cansada, algunos días, agotada y aún me quedan momentos por lo que pasar que no me gustan pero que tendré que hacerlo. Necesito tomarme tiempos, descansar cuerpo y mente para aprender a sobrellevar la aceptación de ese futuro incierto que no es más que el que todos tenemos por el hecho de ser humanos.  Me tomo, por mi cuenta y riesgo, tiempos sabáticos, días y noches libres para descansar lo ag

Ya hemos hablado en varias ocasiones de la importancia de la educación desde la más tierna de las edades para que no se endurezca el crecimiento venidero de praxis inútiles que no llegarán a ninguna parte. Desde muy pequeño, se tiende a culpabilizar al contrario si este lo pilla haciendo algo incorrecto. No quiere asumir su error y opta por endosárselo al más cercano. Quizás sea inherente al ser humano actuar de esa manera para liberarse de sus actos cuando no tiene más argumentos para su defensa. En cualquier caso, si ya se detecta en esas edades, es fundamental empezar a trabajar la aceptación de su propia culpa o error para que asuma comportamientos negativos hacia los demás. Un caso práctico es el del niño o niña que ha olvidado su lapicero en no sabe dónde y le dice a su compañero que se lo ha quitado, este le responde que él no lo ha cogido; el olvidadizo le recuerda que el otro día sí cogió el suyo y comienzan las disputas entre ellos por ese simple lápiz que, finalmente, casi s

Apenas levantaba dos palmos del suelo nuestra Vivi, cuando ella llegó a nuestra casa. Lleva media vida con nosotros y esperamos que se quede la otra media porque es imprescindible. No vino sola, la acompañaba y la precedía su infinito corazón. La tata Maribel es mucho, es todo. Ella es la brillantez por sí sola, no hay nada que se le resista si algo no funciona o creemos que no tendrá arreglo. Cuando pasa por sus manos, pasa su ternura, su buen hacer y su perfección. La casa queda sanada de sus males y desarreglos recuperando su salud y esplendor.  Tiene todas las herramientas consigo, es una experta en saber lo que se necesita en cada momento y no existen secretos para ella en las reparaciones, siempre encuentra la solución.  Al llegar, abre las ventanas y entra la luz, el sol, el día o la tarde; ella es esa luz, ese sol y esa disponibilidad a cualquier hora. Apenas levanta un palmo del suelo Dada, y todo empieza de nuevo con esa nueva vida. La tata Maribel la adora y ambas lo saben.

 In memoriam de la memoria, antesala de la muerte  de recordatorios agonizantes condenados a su suerte, Cuando están vivos, no son recuerdos, son vida latiente marcando caminos hacia el frente. Cuando están muertos, no son vida, solo pacientes, que esperan cura, en sala oscura. hacia su muerte. Dejadlos libres, dejadlos volar, que salgan al aire hacia nunca jamás. Los recuerdos, si duelen, dejadlos marchar, que comiencen tiempos nuevos que merezcan recordar. Y si los muertos no vuelan, sí se pueden enterrar.

 Antes de las doce, seguirá despierto. Antes de las doce, seguirá sediento. Antes de las doce, seguirá hambriento. Antes de las doce, aún habrá tiempo. Antes de las doce, nacerán los dieciséis, Antes de las doce, renacerán momentos. Antes de las doce, morirán lamentos. Antes de las doce, revivirán sentimientos. Antes de las doce, quedarán segundos. Antes de las doce, resucitarían  muertos. Ya pasaron las doce, antes de tiempo, Ya pasaron las vidas, solo quedan dos vasos. vasos secos de risas, llenos de llantos. Ya pasaron las vidas, ahora, son solo muertos. Ya son más de las doce, que comience el duelo.

 Hacía años, un cuento para mayores sorprendió  por parecer demasiado iluso. Era una historia donde unos papás deciden vivir separados sin olvidarse jamás de sus queridos dos hijos menores. Un tiempo después, el papá conoce a otra mujer y esta, a su vez, conquista no solo a él sino también, pasados los primeros tiempos, a los hijos. Ese aparente cuento, por no ser creíble de entrada, lo titularon "QUÉDATE A MI LADO". La mamá, recelosa de ella, no la aceptaba en su vida ni en la de sus hijos. Era la competencia del amor de madre, así lo vio desde un principio. Poco a poco, notó que sus niños no solo dejaron de estar tristes sino que tenían más amor que nunca. El de sus padres y el de su madrastra. Todos sumaban, ninguno restaba. Ese fue el motivo por el que la mamá también fue conquistada y la familia aumentó con esa segunda madre. Un día, la mamá se pone muy enferma y su mayor dolor es el que provocará en sus hijos cuando ella tenga que irse. Es por eso que le pide a ella QUÉ

 Todo es posible en los cuentos y, muchas veces, en la realidad. Que dos hadas lleguen al mundo en la misma ciudad, mismo hospital, misma habitación y, con apenas unas horas de diferencia, es posible y lo fue. La mamá de Dada, Vivi, y la mamá de Manuela (precioso nombre donde los haya), llamada Marina, nacieron juntas y con dones para curar y proteger a niños y mayores. VIVI cuidaba de que  todos respiraran el mejor aire para disfrutar más de los paseos, los juegos y que sus pulmones siempre estuvieran preparados para todas las actividades. El hada MARINA vigilaba que las tripitas de bebés, papás, mamás y abuelitos y yayas siempre fueran cuevas mágicas para el encuentro de esos alimentos que llegaban hasta allí y que se mantuvieran en paz y armonía entre ellos. El hada Marina destacó en su gran manejo de todas las ciencias y las letras. Nana pasó años muy felices conociéndola durante ese aprendizaje que fue muy fácil para tan aventajada alumna. Sus profundos ojos de brillante mirada lo

  Érase una vez...,en varios países cercanos y lejanos, donde mujeres y hombres decidieron construir muchos pozos en sus tierras. Serían los espacios destinados para sus deseos, ilusiones, tristezas, desahogos, rencores, lamentaciones y demás sentimientos y emociones cuya liberación la encontrarían en esa oquedad interminable al sacarlas de sus adentros y dejarlos fuera del alcance del resto y, sobre todo, de ellos mismos. Poco a poco, el mundo estaba más relajado, menos insatisfecho y más pacífico. Había sido todo un descubrimiento, por fin, para la humanidad. Los corazones estaban cada día más relucientes y sanos por su higiene constante. Una mañana, amaneció con una niebla cargada y espesa que invisibilizaba esos pozos para identificar cada uno el suyo y utilizarlos con título de propiedad, independencia y libertad. La ceguera colectiva provocaba la confusión de sentimientos ajenos  mezclando emociones impropias. Lo que hasta ese momento era íntimo, pasó a ser del dominio público y