Dada no conocía aún el mar, tan solo la sal del mar de lágrimas que hacían rebosar el agua de su bañera cada vez que llegaba ese llanto, con matiz marinero dadaísta, que le provocaba la inmersión, para ella interminable, y que la sacaba de su mundo con los pies en tierra. Era un bebé tranquilo, feliz al acabar con las reservas lácteas de mamá que le daban la energía más que suficientes para dormir dulcemente mientras duraba esa amorosa ingestión maternal. Así pasaba el día y su correspondiente noche, hasta que le sobrevenía la hora de encontrarse con ese océano en donde debía cumplir con el protocolo impuesto para todos los humanos de la higiene y el bienestar. Pero, Dada no lo entendía así, ¿por qué interrumpirle su paz y su sosiego con ingentes aguas jabonosas a modo de olas movedizas a pesar de su temperatura tropical?  Encontró en su compinche Zeus, su mascota y muy mejor amigo, al perfecto aliado. Para él, y desde su más tierna infancia, el agua y el jabón no eran en absoluto de s

  Cuenta la leyenda que el primer gaditano de la historia escribió los preceptos que debía cumplir para serlo de verdad. Y, al llegar al número 30, dijo el más importante: no cumplir ninguno de los 29 anteriores. El gaditano es fruto del amor entre las rocas y las olas. Vive el presente, se renueva para seguir siendo el mismo, pero cambiante, según soplen los vientos en ese instante. Es un ser lleno de luz y de la sal que lo envolvieron en su gestación. No vive el mañana ni se nutre del pasado. Lo que está por venir, llegará: no lucha contra la incertidumbre, solo la acepta porque entiende que no puede ser de otra manera. Se nutre del alimento del mar porque le pertenece por herencia universal y particular. Los peces se dejan coger, no son engañados con el anzuelo, saben a dónde van, conocen su destino y saltan para ser vistos y volver con ellos a sus casas y cazuelas; allí estarán en su hábitat, en su origen, Están seguros de que el ciclo de la vida los hará reiniciarse de nuevo en el