La contracciones comenzaron ayer en la tarde, aún no estaba cumplida, pero me notaba nerviosa y alterada presintiendo que podía ser en cualquier momento. En pocas horas, mi corazón sentía contracciones cada vez más rápidas y ya no tuve dudas, iba a nacer en breve. Mi hermana Charo me mandó imágenes, a modo de ecografía, de que ya se asomaba al mundo y pronto sería de la familia y se uniría al mundo literario iniciado por ellos (mis hermanos y mis tíos). Ha sido una noche larga de espera, en breves horas, lo tendré en mis brazos y lo acunaré con todo el amor con que fue gestado.  No se puede describir esta emoción, es demasiado grande. Siempre la tuve y jamás pensé que la daría a luz. Es algo muy mío y mucho de la vida a la que le debo sus enseñanzas. Es difícil sacarlo a pasear y que todos lo miren y lo conozcan porque será mirarme y conocerme a mí desde las entrañas que es de donde proviene. Se bautizará con el nombre de "ROSAS", no es sólo un color, es mucho más, es una flo

Desde que supe que estabas de camino, empecé a soñar contigo. Me otorgarías un nuevo título, ser ABUELA; muchos sentimientos se removieron y muchos nacieron. Diferentes a cuando supe que sería MAMÁ. Tener una nieta (porque nunca dudé de que serías una niña) lo asocié, inmediatamente, a las palabras. Buscaba las más bellas para regalártelas y que siempre fueran tuyas. Te empecé a comprar libros construyendo tu biblioteca y tus mundos a través de esas lecturas que acompañarán a tus sueños antes de dormirte y a los otros, cuando te despiertes. Ahora, me fascinan los escaparates de librerías dedicados a los niños. ¡Cuántas aventuras para ti! Es pura magia detrás de esos cristales donde se exhiben viendo la vida desde esa posición privilegiada de mostrarse a la infancia, tan bien vestidos y pulcros esperando su aterrizaje en una isla mágica en la que sean los tesoros más valiosos que buscar, Aún me quedaban mis palabras para ti, pendientes de cómo transformarlas en habladoras capaces de t

  Mi madre tuvo su cuarto parto y, lógicamente, el último, en poco menos de cinco años. Nací tranquila, crecí nerviosa. No dormía ni quería comer; eso nunca cambió. Nacíamos en casa; mi padre, cuando veía que llegaba el momento, corría a buscar a la matrona (partera conocida) y todo quedaba en casa. Dicen que no hay quinto malo, pero nada hay escrito del cuarto y eso me tocó a mí contarlo. Los tres primeros se amoldaban a las circunstancias, a lo que había o no. Lo mío era ir contracorriente, sin más. Una vez, mi madre, harta de tanta protesta, alguna era razonable, me amenazó diciéndome: ojalá te toque una niña tan rebelde como tú cuando tengas hijos para que aprendas lo que es aguantarte...; tuve esa hija, sí, pero nada más lejos de ese vaticinio; está claro que nunca una madre desea nada malo y por eso no se cumplió. Mi hija llegó tranquila y sigue así. Es el equilibrio, la calma, se alimenta y sueña sin altibajos. Ella sabe mantener la paz, nunca entra en la guerra. Vive y deja viv

Por caminos pasados, pisados del presente antiguo tan deseados, bailados, acariciados, amados, oídas en músicas sordas, suena aún el eco quejándose de soledades. Tienen vida, respiran perdidas, viven sin dueños, abandonadas en pasajes oscuros de peajes costosos que nadie abona. Siguen saltando, quieren ser vistas, colores vivos que apaguen ese negro. Chillan si aparece él, o si es ella, Claman atenciones, ya sedientas de amores mudos,  de letras quietas. Andan, andan, siguen, siguen acosadas por no ver,  esa ceguera de salida. Palabras ricas antes; ahora, en ruinas. Se callan, se apagan, se asustan sin sus voces, ni sus tintas. Las palabras vagan agotadas, ya sin prisas; nadie las nombra,  ya son vagabundas. Piensan si hileras marcaran detrás de sus pasos, harían camino sin miedo al viento, no volarían, se quedarían quietas, ya serían faro para poetas.

Dada empezaba a añorar sus primeros meses, se iban haciendo más grande cada día, tanto la añoranza como su cuerpecito. Sus momentos dorados cuando avistaba su amado biberón se vieron nublados al ser sustituidos por un plato y una cuchara con un contenido desconocido que en nada se parecía a la blancura de su acostumbrado alimento. Todo estaba cambiando, la sentaban en una silla alta y no en los brazos de sus papás; la rodeaban de una coraza extraña que llamaron babero y de muchas servilletas de papel para defender los muebles que se verían atacados en alguna de las muchas estampidas que explotaban del rechazo de su ingestión. Ella se mantenía feliz a excepción de las horas del cuchareo; sentada en ese trono donde la visión era más amplia, observaba los movimientos de sus proveedores gastronómicos. Su mirada era, en apariencia, distraída, como si no fuera con ella, pretendía esconderse haciéndose invisible con su silencio durante esos momentos previos que le producirían un enfado con el