Calderón de la Barca definía la vida como un sueño frenético que la envuelve de ilusiones plagadas de ficciones. Esta visión ilusa nos hace verla bella aun no siéndola; al fin y al cabo, tanto el mundo onírico como el estético viven en nuestros pensamientos y, ahí, el espacio es infinito. La felicidad solo tiene vida en ese lugar, más cercano al espíritu que a lo material o físico. Vivir desde la irrealidad es la garantía de que nadie puede robarte tus sueños. Habitarlo es sinónimo, contradictoriamente, de pisar suelo firme del que puedes despegar hacia vuelos sin límites y sentirte dueño de tu universo. El sueño se desvanece en el momento de materializarse; si es tangible, ya es real. Pasar de un estado etéreo a uno palpable por los sentidos externos es el despertar homicida de tu mundo ideal. La realidad lo mata sin piedad. ¿Hay que vivir de espaldas a la realidad? no, evidentemente, no. Sería una visión demasiado prosaica de esta reflexión. La realidad es, está, convivimos con ella ...