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"MENOS HUMOS, COCINILLAS”

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 La cocina y yo no éramos amigas. Ella lo sabía perfectamente, notaba que no le daba su sitio, ni el trato amoroso que ella reclamaba. Yo entraba en ella tan sólo a las horas en que era necesario, cumplía con la responsabilidad de alimentar a los míos cada día y cada noche y hasta el día siguiente. Éramos dos completas desconocidas y con trato solo superficial. Yo me ocupaba de tenerla siempre en su punto (limpia, ordenada, brillante y "escamondá" (como decimos por aquí); ella se limitaba a tener su trabajo a punto. La materia prima siempre era de primera calidad pero el resultado no estaba a su altura jamás. Pocas salsas y poca compañía agradable y vistosa en cada plato; las patatas fritas eran las más frecuentadas para ocupar esos vacíos y poco verdes en general. Era, verdaderamente, el momento más odiado del día y de la noche, para ambas partes. Hubo situaciones penosas y lacrimógenas (no solo las encebolladas, no)  porque cada vez iba a peor. Pensé, incluso, en que asisti