Dos lunas han caminado hasta pisar de nuevo la tierra. He sobrevolado las estrellas durante estas últimas horas y era difícil volver cuando has llegado al Paraíso y te reciben violines que abren los sueños despiertos por fin. Algunas irremediables ausencias de cuerpos, que no de almas, se sumaban sobrepasando el aforo. Nunca vi tan claro el bello rostro de la poesía. Sus caras, las nuestras, irradiaban el porqué de ese encuentro en una tarde noche de otoño: cuando creemos que el mundo se acaba, que nada merece seguir, que la humanidad no tiene remedio y lo artificial se ha tragado a la naturaleza y el amor y la paz son utopías..., de pronto, una centena de corazones juntos proclaman que aún nos queda tiempo para la esperanza, sólo hay que buscarla en la Poesía, en esas verdades ocultas que escondemos en trasteros por miedos a darles vida en las afueras de esos corazones asustados y, allí estaba para recibirnos y rociarnos en esa velada. Se engalanó y ocupó el espacio de esas nubes de

Tan sólo un amanecer nos separa del nuevo mundo que os espera. Y esta noche, la última que os arrope dándoos el beso como madre. No lloréis por decirnos adiós, no temáis por nuevos abrazos, sé bien que os amarán entre sus manos, y no os faltará ese calor de seres tan  humanos. Ya os preparé vuestro equipaje, plenas vais de amores engendrados que os hizo nacer, crecer y  formaros. Luces encendidas y amantes veréis en todas partes, Viviréis de día, de tarde o de noches desvelados. Luciréis en mesillas, estantes, encimeras, pues todo vale cuando el amor se siente y se hace. Id tranquilas, en buenas casas os dejo, en hogares y jardines amantes entre ellos. Id alegres, en buenos ojos os lego, en miradas y y sentires cuidadores de lo bello.

Nació sola, fruto del deseo y de amores de otoño. Quiso hablarnos, de su vida y de otras. Cantaba versos sin rimas  tal como salían del pecho. Contaba historias cercanas tal como le salían nuevos, dedicados a Dada y a su nacimiento. Lírica y cuentos reunidos en ramos de ROSAS, recogidos en  hojas. Todos menos uno  vivieron fuera,  y esa rosa me lloraba: ¡no quiero estar sola!. Las letras me llamaban: ¡estamos todas!, Préñate de nosotras, que nazcan otras. Y la vida quiso darles ese gusto, pronto abultaron vientres de más hermanos, de camino venían, de caminos rosados. Y nacieron colores complementarios de nombres pasados. Dulce fue el encuentro, dulce y amado. Ya son hermanos.  Hablan entre ellos, se cuentan sus historias y sus memorias. Saben que volverán los cuentos por primavera, saben que retornarán canciones que ya se esperan...

Triste siento mi jardín, desnudo amaneció tras larga noche hambriento. Le di agua, le di sol, le di amor. Se hizo pequeño, en un rincón, la amargura lo invadió, despidiéndose con el horror. Sólo yerba enredada, despeinada destrozada por caudales locos, sin sentimientos. Sin armas, sin corazas, quizás, el viento..., vientos que van y vienen hacia un desierto anegado a donde exilian a los muertos. Aires sin rumbo se posaron volando hacia lo maltrecho. Aterrizó, que no por azar, atraído por canciones de antaño que reconoció entre los yermos. Otros jardines, de flores repletos, culpables del cambio de aquel desoído presagio lo alimentaron en la desgracia  desgarrando almas, rompiendo sueños. Cayeron simientes en lo deshecho, cayeron agua fresca y alientos. Embriones de esperanza encontraron sus huecos en los duros inviernos. Pies, muchos pies, todos Manos, muchas manos, todas, anduvieron en busca de esos encuentros, armados con tiros de ayudas que disparan voluntades desde sus pueblos. Y d