Decía mi padre, desde su infinita sabiduría, que es mucho más peligroso llevarse mal con un vecino que con un compañero de trabajo. Argumentaba con que es más fácil cambiar de trabajo (eran otros tiempos) que de vivienda. Un buen o mal vecindario te da o te quita ese confort que necesitas cuando llegas a tu deseado hogar. Soy una privilegiada, sin duda. De la casa en la que me crie, Carmela sigue estando ahí, con sus bonitas palabras y su eterna sonrisa cada día. Del piso en donde viví mis primeros años de casada, Ana y su hija Pilar me recuerdan con el mismo cariño que nos tuvimos siempre.  Mi primera casa propia reunió a muy buena gente: seis familias, cinco para mí: Lina y sus tres hijas fueron mi apoyo desde el principio hasta el final. Cuántas veces hicieron de abrigo para mí y para Vivi cuando las necesitaba. Hoy, Patri, su hija pequeña, está muy cerca y lo estará siempre. Ana y Nacho, grandes personas, siempre discretos, siempre a mi lado. María Luisa, tan cerca, como...