"¡AQUÍ SÍ HAY QUIÉN VIVA!"

 

Decía mi padre, desde su infinita sabiduría, que es mucho más peligroso llevarse mal con un vecino que con un compañero de trabajo. Argumentaba con que es más fácil cambiar de trabajo (eran otros tiempos) que de vivienda. Un buen o mal vecindario te da o te quita ese confort que necesitas cuando llegas a tu deseado hogar.

Soy una privilegiada, sin duda. De la casa en la que me crie, Carmela sigue estando ahí, con sus bonitas palabras y su eterna sonrisa cada día. Del piso en donde viví mis primeros años de casada, Ana y su hija Pilar me recuerdan con el mismo cariño que nos tuvimos siempre. 

Mi primera casa propia reunió a muy buena gente: seis familias, cinco para mí: Lina y sus tres hijas fueron mi apoyo desde el principio hasta el final. Cuántas veces hicieron de abrigo para mí y para Vivi cuando las necesitaba. Hoy, Patri, su hija pequeña, está muy cerca y lo estará siempre. Ana y Nacho, grandes personas, siempre discretos, siempre a mi lado. María Luisa, tan cerca, como una madre, desde su tercero, cuidándome por si comía o no y por si era o no feliz. Juan y Carmen, modificando mi casa cumpliendo mis sueños reformistas. Jamás olvidaré la inundación terrible, por aquella gota fría de agosto, donde me quedé bloqueada y que, cuando volví en mí,  vi cómo todos se mojaron para ayudarme. Reaccionaron como lo que son: GRANDES, MUY GRANDES.

Compartí esos años con otra morada en una urbanización en la Costa del sol; nunca me entendí con ellos, literalmente, porque hablaban inglés o alemán, yo era la única extranjera allí. No hubo amistades ni conflictos, lógico

Y volvía a mi tierra, a mi Paraíso, a casa. Seis viviendas, muchos amigos. Lo resumiré recordando el largo confinamiento de más de dos meses: Paco tocaba el laúd; Juanma, su guitarra, Rocío nos cantaba coplas y mis pasteles restaban el amargor de aquellos días. Nos reíamos mucho, compartíamos mucho. Nos contábamos, desde la puerta, sin incumplir normas, las cosas del día a día y de las horas en horas y de rato en rato. No, no puedo tener recuerdos claustrofóbicos de aquellos momentos. Con la buena gente, no puedes sentir angustia.

Desde aquí, mi espacio virtual, mando un abrazo eterno a todos los que habéis estado. Gracias por hacerme la vida más fácil y hermosa.