Cuenta la leyenda que un rey quiso premiar a un súbdito por realizar una gran hazaña y le dijo que pidiera lo que quisiera que le sería concedido. Él contestó que le entregara el territorio que cupiera dentro de una piel de toro. El rey se rio para sus adentros pensando que era un infeliz al contentarse con tan poco. Esa piel fue cortada a tiras muy finas y, posteriormente, extendidas sobre la tierra para que abarcase esa nueva superficie. El resultado fue increíble. Así nació nuestra península, nuestro país y que, además, conserva la silueta de esa piel de toro originaria antes de ser cortada.  Esa es una vieja historia popular que hemos escuchado muchas veces (observación: hay muchas versiones de esta leyenda y esta puede ser otra más), y me remito a ella porque no solo ese súbdito supo jugar muy bien sus cartas ganando un enorme e inesperado botín sino, sobre todo, porque con él nació la actitud pícara de sus habitantes que hasta hoy perdura. Curiosamente, el primer pícaro de la li