"NOCHES DE VENTANAS ABIERTAS"
El calor no te avisa mirando termómetros, basta oír para saber que la canícula ya está aquí. Los silencios se van a hibernar a cuevas dónde el sopor se ha ido de vacaciones con las masas calientes y espesas y ven que ha llegado su temporada de descanso y paz. Mientras, en la ciudad, los ruidos crecen en muchos decibelios. No sólo el asfalto los provoca, tienen un aliado muy fuerte: las ventanas. Por ellas se asoma la vida de los que creen protegerse bajo sus techos y resguardar su intimidad. Ignoran el peligro de esas aperturas de par en par, no por quién las invada desde fuera sino, mucho peor, por todo lo que escupen hacia ese patio de luces que ya no lo es, hacia los espacios comunes y hacia esas calles que escuchan aturdidos la vida y algunos milagros de esos vecinos cuyas vivencias están al cabo de la calle hasta la vuelta del otoño en que comenzarán a clausurarse para resguardarse del fresco que va despertándose.
Entre tanto, nos han dejado demasiada información de cómo es su día a día y su noche a noche. Escuchas lo privado que deja de serlo cuando los gemidos van subiendo el tono hasta que llega ese final feliz o se queda en una ilusión desesperada.
Al mediodía, los aromas entran en tu casa sin abrirles la puerta, se bastan con esas oquedades en las paredes para degustar el menú que habrá sobre mesa y los sinsabores que aparecen si se diera el caso.
A los paseantes nocturnos, les alegran las calles las televisiones cuyo volumen supera el récord establecido en el último estío. Lo baten fácilmente y acallan voces para no gritar por encima.
En muchos hogares, el aire acondicionado es una condición que sobre guarda esos culebrones en directo del que gozan los carentes de esas frigorías a la carta. Han de mantener cerramientos y todo quedará entre ellos si no rompen esa barrera del sonido en algún descuido en el que pasarían a engrosar el listado de esas vidas tan comunes que salen al aire cuando se ahogan sin él.
Ya quedan pocas ventanas con claveles cuando te asomas a ver el mundo pasar. El mundo sigue girando, las macetas duermen con tapones en sus oídos para que no las molesten. En su lugar, un cartel donde avisan: NO MOLESTAR.
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