"MI CUENTO DE NAVIDAD"

 

Para Virtudes no era un buen día, nunca lo era si amanecía domingo. La rutina callejera descansaba con la única obligación de cumplir con los preceptos religiosos. Ella tenía dispensa, no podía abandonar su puesto de casi 24 horas o todo se hundiría. Al entrar en su casa el primer día, con su marido y numerosa prole, se adjudicó su lugar en el mundo: su ventana; era su observatorio, su timón, su mando y, ella, su dueña. Por fin tenía su espacio, lo adaptó y decoró a su gusto y necesidades y allí permaneció hasta su último aliento. La fachada la integraba, en su conjunto, como una persiana o cortina más de las del resto. Su imagen parecía un retrato enmarcado entre dos espacios. Era extraño ver a una mujer trabajadora en aquellos tiempos; debía estar en su casa, ella lo estaba y, a la vez, también fuera de ella. Todo un arte.

Nunca dejó por escrito ese mundo visualizado a través de sus dos cámaras oculares en gran angular. Tan solo nos queda lo que se transmitió, de boca en boca, hasta hoy.

Virtudes nunca acudió al colegio, eran tiempos de hambre, muertes y muchas penas. Aprendió que la historia la escribe el que la ve y la cuenta. Ella creó escuela y, me temo que existieron demasiadas Virtudes, con virtudes escasas, como para narrarnos la historia cristalina y exenta de venenos añadidos.

Como historiadora al uso, nos mostraba una vida menos bonita, más gangrenada y putrefacta. Su radio de acción era pequeño, pero, sus ondas expansivas, enormes. Conseguía inyectar las dosis suficientes, en cada oyente, para crear guerrillas externas con sus innumerables batallas.

Todos, en esa casa, tenían un papel de cooperante a modo de delegados; completaban los datos necesarios para que todo le encajara a ella. Su marido, Sito, lo hacía con su silencio, hombre prudente, no mostraba abiertamente su implicación, tan solo, una persiana delataba su oculta presencia a través del sol de la mañana o de la luz interior al caer la tarde.

Y, es así, porque así fue, cómo se forjaron historias y leyendas malditas que cambiaron los rumbos de muchos inocentes, víctimas de tantas Virtudes.

Y así habría podido ser, pero no lo fue del todo. Las historias pueden dar giros inesperados si aparece ese otro YO que se haga con el timón del relato:

Iban a dar las 10 y aún permanecía perdida entre callejones sin sentido, sin salidas, ni rumbos, que reían viéndola cómo se la tragaban esas esquinas esquivas y la vomitaban al interior de sus estómagos de nuevo. Sin tregua para un breve llanto al menos, se entregó a su suerte dejándose llevar como si fueran olas que se la engullían divertidas de aperitivo (ni siquiera sería el plato principal). A esas horas, la gente ya estaba mimetizada con su salón disfrazada con bolas y luces de muchos colores; efectos camaleónicos que dificultaban distinguir quién o qué era cada qué o cada quién. Nadie la veía ni la escuchaba; nadie ve el viento cuando sopla fuerte, solo busca cobijo y se aparta de él.

En el interior del remolino, todo pasaba muy rápido; las acciones transcurrían a muchas revoluciones. Cuando consiguió hacerse con la oscuridad que la cegaba al entrar, empezó a distinguir lo que solo parecían distorsiones. Imágenes, cada vez más nítidas, aparecían, ahora, a un ritmo acompasado con la realidad. Caras conocidas con su antes y su después de los destrozos canallas, a los que había desfigurado con armas sin alma. Por primera vez, de sus ojos desgastados y resecos por los años de trabajo, brotaron lágrimas, muchas, tantas como las penas que había provocado. Quiso lanzar abrazos de perdones y parar su obra maldita. Se sentía un monstruo, lo había sido. Su imparable llanto paralizó los vientos. Salió fácilmente ahora de ese huracán de su conciencia y se encaminó a su casa; encontró un hogar. Ya había amanecido. Se dirigió a su ropero donde aguardaba su abrigo olvidado, lo acompañó de su bolso y del brazo de Sito, salió a cruzar las calles sin encrucijadas ni engaños, limpias con el amanecer de los días de Navidad. Su ventana se quedó abierta, la fachada se había renovado, lucían nuevos visillos, claros, transparentes donde ya no ocupaban imágenes perpetuas y momificadas como hasta entonces. El aire nuevo no lo permitiría.

 


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