"MI CUENTO DE VERANO"
A las cuatro y cuarto de la tarde de un quince de julio, en el sur, el mundo no existe. El mundo duerme profundo; el calor lo agota hasta sedarlo quedando en un estado mudo y sordo durante, al menos, un par de horas. Carlos y Luisita lo sabían; durante muchas de esas tardes, habían probado a jugar con ellos divirtiéndose con cosquillas, primero, y untándoles cualquier elemento pastoso que encontraran en la casa, maquillándoles como a payasos, tristes o alegres. Nunca se percataban hasta despertarse y mirarse unos a otros al verse reflejados en la imagen del contrario; para entonces, los niños ya se habían escapado y jugaban olvidados, completamente de sus travesuras. Se presentaban horas más tarde, con lo que el castigo quedaba relajado hasta desaparecer.
El verano, dicen, es breve, pero los días, sobre todo, las tardes, demasiado pesadas, largas y muy cansadas si no caes rendido a una siesta que acorte esas horas muertas a los insomnes vespertinos. En este mundo solitario para solo unos pocos, el tiempo es de su propiedad, nadie los vigila y acompañados de esa soledad que acabaría cayendo como el resto, vapuleada por ese calor clorofórmico, se hacían los dueños, sin título de propiedad, de toda la casa que se arrodillaba a sus pies para acatar lo que sus amos les ordenase.
Eran niños de barrio, sin piscina, sin jardines, sin más centro comunitario que el patio interior multiuso: colada al sol, charla vecinales repetidas, madre apelando al Jonatan de turno y, poco más. En su casa, el Espasa presidía el mueble del salón, intocable, tanto como una figurita de porcelana o un plato de lentejas para ellos (las odiaban). Solo su imaginación estaba con ellos, no había más.
Esa tarde plúmbea, demasiada marcada por la canícula, decidieron vivir más allá del peligro, el mayor riesgo con el que enfrentarse. Subidos en sillas débiles, se encaramaron hasta llegar a esa enciclopedia con olor a rancio, aun sin usar; sus hojas permanecían adheridas por su ausencia de uso. Los casi veinte tomos se colocaron en el suelo espaciado tras hacerle ese hueco merecido. Buscaban encontrar historias para mayores, esas que siempre están escondidas y nunca al alcance de los niños. Estaban nerviosos por lo que les esperaba al abrirlos.
Tuvieron el gran acierto de frotarlos antes y, de pronto, uno a uno comenzaron a hablarles: "somos las palabras, somos un ejército en retirada, perdimos muchas batallas y, a punto de perder la guerra. Éramos muchas, infinitas, pero hemos sido mermadas y, muchas de nosotras, aniquiladas. Vosotros nos habéis liberado y os concederemos tres deseos reglamentarios como genios que somos, capaces de conseguirlo por muy complicado que fuera".
¿Palabras, deseos, regalos...?. No os conocemos apenas, nunca os hemos mirado más allá de lo que marcara nuestra Seño en esos libros con fotos y muchos resúmenes. ¡Ahora, de vacaciones, no debéis castigarnos más!
Nosotras, dirigiéndose a los dos hermanos, somos capaces de conseguiros todo con lo que soñáis; esos sueños están dentro de nosotras. Somos puzles infinitos con los que construir el mundo a vuestro gusto. Nunca nos agotaremos, siempre seremos piezas con las que formar un universo inmenso en el espacio y en el tiempo.
Nombradnos a una de nosotras y os contaremos quiénes somos; ¡venga!, será como entrar en un cueva llena de tesoros escondidos y serán para vosotros. Somos tantas que, podréis regalarlas y no perderlas; serán llaves mágicas que os abrirán puertas desconocidas que aún no podéis ni imaginar.
Los niños no se atrevían a preguntar por no tener la seguridad de que fuera correcta la letra con la que hacerlo. Ellas, las palabras, se lo pusieron más fácil y les dijeron: "dadnos una sola letra y nosotras os daremos el resto. Carlos se adelantó y pidió la L; inmediatamente, le contestaron: "LIBRO", hojas unidas que agrupan historias de aventuras, de otras personas, de otros países, de otros mundos. Les recordaron que aún les quedaban dos deseos y dos letras más. Luisita se pronunció con la suya y, su hermano, lo hizo al unísono con ella; ambos coincidieron con la letra E. No hay problemas, dijeron ellas: "ENSEÑAR, ENTENDER". Los libros tienen la misión de enseñar todo lo que ignoramos y nos facilita el entendimiento de lo que leemos.
Ya habéis logrado vuestros tres deseos prometidos; solo os falta unir esas tres letras hasta formar una palabra que será, a partir de hoy, vuestra y acabará con estas tarde eternas hasta hacerse demasiado breves. Los niños fueron muy rápidos en su formación y, con asombro y mucha magia, quedaron marcados para siempre la mejor de las palabras y el mejor de los consejos: LEE.
Es el mayor placer del mundo, aprender, leer, investigar..
ResponderEliminarTu tiempo se pasará sin darte cuenta de nada más.
Felicidades, Moby!!
MUCHAS GRACIAS, PATRI.
EliminarMe encanta leer, que cuento más bonito para iniciar a un niño. Aunque me ha sabido a poco; cortito me ha resultado. Muchas graciass cuñaaa!!
ResponderEliminarMUCHAS GRACIAS, QUERIDA CUÑÁAAAAAAAAAAAA!!
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