"CUENTOS ARRIMADOS A LA ABUELA: DADA Y LA MAGIA MÁGICA"



Nana observó cómo se reía Dada al comentarle que el título del nuevo cuento parecía contener un perogrullo. Ella desconocía el significado de aquella palabra pero sí le pareció divertida.. Nana sabía que no lo era porque no todas las magias están libres de trucos ocultos que engañan fácilmente a sus admiradores. La mañana era muy fría y, por eso, el sol se encargó de asomarse a su enorme terraza colocando sus rayos abiertos como una sombrilla en agosto. Ellas ya estaban en el parque dispuestas a todo lo que pasara por cualquiera de las paredes invisibles que las rodeaban marcadas por grandes árboles que dirigían los caminos. Hubo uno que las llamó por sus nombres y les indicó por dónde ir. Sabían que era de confianza y no lo dudaron. Al llegar, ese sol se tiñó de un blanco reluciente cuya luz alumbraba a muchos paseantes que ya lo disfrutaban. El frío y ese  sol abrigador se unieron como nunca formando un manto repleto de sorpresas que irían cayendo sobre todos ellos. De pronto, Dada y Nana tenían sus cabellos blancos, también sus ropas y botas vestidas  con ese infinito color. Había empezado a nevar. Los copos crecían muy deprisa, tanto, que pronto nacieron grandes muñecos a los que bautizar con nombres divertidos y cariñosos. Dada pensó que sería buena idea construirles una casita para resguardarse por las noches y así lo hicieron ellas y los demás. Los iglús quedaron perfectos. Sus paredes heladas se calentaban con el amor de sus arquitectos que no dudaron en regalárselo para siempre.

Poco a poco, el suelo blanco se pintaba de verde y dibujaba pequeños brotes de muchos colores que las nubes se encargaron de regar. Las casitas ya tenían jardín. El parque había renacido con más vida que nunca y el espacio se había multiplicado gracias al aire puro que los envolvía.
De pronto, una nubecilla envidiosa e inoportuna por no haber sido invitada, calentó, con su enfado, ese maravilloso ambiente; las casitas empezaron a llorar por creerse que caerían pronto y desaparecerían. Dada y Nana no lo iban a permitir; fueron a su encuentro y le explicaron que todos tenían derecho a vivir en su ambiente natural porque eran dones otorgados por una gran estrella para que la vida continuara y nada ni nadie se perdiera en caminos desaparecidos para siempre jamás. La nubecilla era testaruda y no entendía el porqué había que mantener lo que ya estaba en vez de cambiarlo por algo nuevo creyendo que con la desnudez de los parques y demás parajes de la tierra se vería más atractiva. Mantenía que si no había plantas ni arboledas ni nada sediento, el agua no sería tan importante y la sequía y los climas alterados ya no nos afectarían más.
Dada se sirvió de esta tesis-antítesis de esa nubecilla rabiosa para enseñarle a su nieta la importancia de la educación y el aprendizaje de todos los seres humanos. Aprender a partir de unos valores que cementen en ellos el respeto a todo y a todos los que ocupamos un espacio en este maltrecho planeta. Plantar un árbol, mantener los que ya estaban, cuidar de todos los seres vivos sin pisarles sus derechos adquiridos nos daría de nuevo la paz con esas estrellas que, con tanto motivo y razones, se han enfadado con nosotros.

Poco a poco, con muchas palabras dialogadas, la que fuera la patosa, se fue transformando en un bello cisne y, ahora, ansiaba su lago para pasear y ser admirada por su belleza. 
Lo que fuera el parque de juegos de una abuela y su nieta resultó ser algo más grande, digamos que un enorme planeta que empezaba a curarse gracias a la buena voluntad y al aprendizaje de sus paseantes. 
La magia verdadera, la mágica sin trucos, con educación y buenos principios, siempre está cercana a las necesidades de la humanidad. Dada supo que la Tierra está en nuestras manos.

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