"CUENTOS DE VERANO: LA CASA DE LOS MARTÍNEZ"
Encarna siempre le fue fiel a su marido Andrés; nacieron en el mismo pobre barrio y jugaron a trabajar muy pronto. Ella con su fregona y sus trapos y él, con los botes de pintura y su brocha gorda. Los niños de los sesenta tenían una infancia muy breve y una larga lista de necesidades en sus casas. Terminar la primaria era un privilegio por aquel entonces.
En esos años, llegó la televisión en plazos muy largos de pago y fue posicionándose en la mayoría de los hogares con su trampa a cuesta. No era un menú variado, tampoco lo era en sus mesas. Durante unos tiempos, aún no se llamaban temporadas, aparecía en la pantalla una familia televisiva: "La casa de los Martínez". Los componentes transmitían mucha felicidad, perfección y alguna risa; un personaje famoso de la época era invitado y charlaban juntos; al final, se les entrega una llave como símbolo de que esa era también su casa.
Quiso la casualidad que Andrés se apellidara Martínez por lo que, en su barrio, los conocían con el mismo apelativo que aquellos famosos. Encarna y su fidelidad sincera hacia Andrés eran su carta de presentación. No entendía de aventuras fuera del matrimonio, ni de tonteos ni de juegos. La educaron para un sólo hombre y así se mantendría hasta el final. También guardó su fidelidad a ese programa diario por verse reflejada en la protagonista de la que ignoraba que fuese actriz y que el resto también era ficción. Para ella era un orgullo ver mujeres tan entregadas como ella a su marido, sus hijos y suegros. Era la nuera que asumía lo que había y seguía adelante con lo que le cayera.
Las mañanas de domingo eran su regalo semanal, se arreglaban con su único traje, antiguo pero decente, y ponían sus pies en esa calle principal del brazo de su Andrés. Al rato, él echaba mano a su bolsillo a ver si le daba suficiente para unas cervecita y su soñada ensaladilla rusa. No siempre, más que pocas veces, se dieron ese lujo; sin disgustos, seguían el paseo. Quizás el domingo próximo pueda ser.
Para ellos no eran privaciones, era su vida, la que les tocó, la que le dieron al ponerle freno en sus escuelas sin ni siquiera soñar un bachiller. Vivían al día, soñando con pagar sus letras televisivas y en que nunca hubiera un plato vacío en su mesa. No protestaban, no estaban para esos lujos. Sus quejas no tenían oídos,¿ para qué hacerlo?. Su infidelidad hacia la realidad de la situación la disfrazaron siempre de esa normalidad que le permitió seguir desde sus silencios forzados.
Una familia feliz, que no necesitaba más para quererse y disfrutar de lo tenían!!
ResponderEliminarUn beso enorme Moby!!
MENOS ES MÁS!!!
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