"CUENTOS DE VERANO: MIEDO A VOLAR"


 A Encarna le robaron el sueño cuando su marido quiso cumplir el suyo. Andrés contaba con sus dedos de la mano los días y ya sólo necesitaba de tres para conseguirlo. Tenerife los esperaba, su habitación, sus llaves y aquellas playas que sólo vivían en postales de momento.

Hizo y deshizo una veintena de veces su equipaje por si algo se quedara en tierra. No podía permitirse ningún fallo o falta al salir de casa rumbo a esas islas no desiertas.

Su mujer, vivía en la mente de Penélope, guardaba su ropa durante el día en su maleta y la sacaba de noche a escondidas de su marido. Con ello, pretendía, sin pretendientes como la de Homero, retrasar ese traslado que la apartaría de la tranquilidad de su casa y de sus paredes bien agarradas a los pilares de la tierra. Sus muchos años y sus muchas canas delataban que la pillaron los años tristes y amargos en los que los niños no tuvieron una escuela con sus letras, números y mapas. Es por eso, que aceptaba ir a Canarias pero si era en tren...; ante la imposibilidad de darle ese capricho Andrés, que previamente había sido instruido por sus amigos de que había un mar por medio, sólo les quedaba el vuelo hacia ese infinito espacio en el que ella temía perderse y no bajar nunca más.




Su hija le comentó que padecía de aerofobia, y allá que se fue a su médico para que le recetara algo para esos asustados gases (por aquello de su parecido con la aerofagia). Los tomó con mucha fe pero, sin el efecto deseado. A muy escasas horas de entrar en ese pájaro gigante, no le quedó otra que cerrar esa maleta que no mantenía su digestión los días previos y vomitaba todo lo que ocupaba a la fuerza; sus pastillas irían con ella, igual la ayudaban...

Recordaban los dos cuando sus hijos estaban enganchados a la serie "El equipo A" y uno de ellos, el de mayor apariencia de valentía, tenía su talón de Aquiles en el mismo lugar que ella. Volvieron a la farmacia buscando el remedio usado por aquella pandilla y los despegues de su compi asustado. La boticaria encontró la solución, unas cápsulas blancas que debía tomar unos minutos antes de iniciar el despegue. Finalmente, los dos las tomaron, se relajaron y admiraron lo maravilloso que era su ciudad desde tantos metros de altura y, unas horas más tarde, divisarían cómo llegaban al sueño de Andrés y que Encarna  hizo suyo también. ¿La vuelta a casa?, no había problema, aún quedaba la magia de esas pastillas...

NOTA: LAS PASTILLAS ERAN PLACEBOS. EL SUEÑO LES LLEGÓ TRAS EL CANSANCIO ACUMULADO DE LAS NOCHES INSOMNES ANTERIORES

Comentarios

  1. Eso nos demuestra lo poderosa que es nuestra mente y como nos controla.
    Lo importante es la superación de los miedos que se apoderan de nosotros!!
    Fantástico relato!!
    Un beso enorme Moby!!

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  2. Muchas gracias, a por los miedossssssss

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  3. Placebo para disfrutar tantos días soñados!!!

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