"CASA EUSEBIO" Y "ER QUE FALTABA"
De vuelta a casa del colegio al medio día y hasta la entrada de la tarde, tenía un par de horas para comer y regresar con el rezo del rosario que ocupaba un buen rato entre tantos misterios gozosos, gloriosos y algún que otro acabado en -oso. Yo me acostumbré a practicar el play back, y abría la boca al compás del resto y debí hacerlo bien porque nunca me pillaron; a otras, sí.
Durante ese par de horas libres entre las sesiones de la mañana y la tarde, era la encargada de comprar el pan y algún que otro mandaíto olvidado. En mi barrio, había dos tiendas a las que, por aquí, llamamos 'armarcén'. Entrar en ellos, era hacerlo en otros mundos, en los de cada cliente; mientras esperabas que te 'despasharan'...; el pan llegaba sobre esa hora, mejor dicho, durante esa hora, y ese espacio de tiempo daba para mucho. Al principio de ser asignada para ese menester, acudía a "er que fartaba"; tenía dos puertas, una para las mujeres y sus compras y, la otra, para los hombres y sus vinos. Allí se escuchaba de todo y aprendí mucho: Chistes, de todos los colores que, poco a poco, fui entendiendo y, menos de política, se chismorreaba de todo y de todos/as. Aquello era muy parecido a la agencia EFE, todo llegaba fresco al público anhelante de noticias por confirmar de días anteriores o para crear nuevos debates sobre si era mejor la sosa o el jabón lagarto (estos últimos se usaban para disimular si en ese momento entraba el sujeto en cuestión del que se comentaba).
Al cabo del tiempo, cambié a Casa Eusebio, dos metros más cerca de casa, y más divertido que el otro. Era más pequeño, pero también tenía sus dos puertas al exterior para separar a los de sin alcohol y a los de con. Era raro ver a uno de los de con en el lugar de las de sin, casi exclusivo de mujeres o niñas como en mi caso (tendría unos 12 años). Eusebio era ya un señor mayor, con acento montañés, muy serio y que escuchaba pero, apenas participaba en las tertulias ni crónicas. Se dedicaba a lo suyo y a ponerse de los nervios cuando el panadero se retrasaba, o sea, era su hora crítica diaria. Al ser una tiendecita tan pequeña, todo el mundo se concentraba en pocas losas grises y rojas que solaban el comercio; no más de veinte centímetros por alma, los desalmados se salvaban, menos mal. Allí, en esa larga espera, las bombas informativas eran más explosivas que en el otro. La mayoría de ese par de calles a su alrededor tenía su mote correspondiente y nadie, de los ausentes, quedaba indemne de ser mencionado. Era divertido y, a veces, hasta instructivo. Ponía el oído para enterarme, no de los cotilleos, sino de lo que, por edad, me prohibían preguntar. Fue allí donde me enteré de cómo nacían los niños, por dónde no venía la cigüeña y, cuando ya subí de grado, cuándo a una u otra (las veinteañeras más atrevidas) se les había olvidado tomarse la pastilla y que la vería engordar bastante en los meses siguientes...
Era el mundo de los setenta, la vida se hacía poco; de casa al trabajo, al cole o a las armarcenes. No eran tiempos de peluquerías para ellas, pero sí de barberos para los hombres que debían controlar su corte y no imitar a los beattles melenudos. Nadie veraneaba fuera de la ciudad, el cine de verano era la mejor opción, si tenías las pesetas suficientes, para respirar esas noches calurosas que refrescabas en la playa con la familia y los bocadillos de salami que te vendía Eusebio cuando llegaba ese pan mesías, tan esperado, para llenar estómagos y rebañar los cocidos de tu plato.
Qué grandes escuelas fueron, sin cuentas del rosario y sin cuentos ideales; era lo que había, esa recordada y antigua realidad
Doy fe. ( Nicasia)
ResponderEliminarQue entrañable relato, Moby. Yo viví todo eso en el Cerro del Moro, en donde viví 34 años. Hoy no queda ni un armacèn ni droguería, ni frutería ni nada. Eso se perdió para siempre.
ResponderEliminarEncontrar uno es un lujo. Las tiendas de comestibles pequeñas se dedican a las delicatessem, nada que ver con nuestros armarcenes...
ResponderEliminarMuy interesante. Donde yo vivía había dos sitios así. Y a mí como la pequeña me tocaba ir más de una vez, cosa que no me gustaba nada porque siempre se me colaba la gente porque decían a mí me atiendes antes que esta niña no tiene tanta prisa como yo.
ResponderEliminarUn abrazo querida Moby!
Yo era Manolitalaprimera, y no se me colaba nadie al igual que nunca me colaba yo. Muchos besos, querida Patri
EliminarManoli, tú me haces rememorar esas cosas de nuestro barrio y me sacas una sonrisa. Tienes muy buena memoria y mucho arte para describirlo todo. Gracias y un gran abrazo.
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