"SER ABUELA, PARIR UNA VEZ Y SER MADRE DOS VECES"

No está siempre a mi lado, pero sí dentro de mí. Nos separan kilómetros, pero nos une la complicidad. Hago lo que no hice nunca porque no tuve ni tiempo ni creí (gran error) que fuera necesario: jugar con ella y ella conmigo. Ser madre a tiempo completo sólo es posible desde el corazón, pero muy difícil presencialmente. En cambio, ser abuela es el complemento de una madre, es serlo dos veces o más allá incluso. La ternura te brota desde la serenidad, aquella que estaba ahí pero demasiado escondida por ansiedades, impaciencias y las búsquedas de la perfección en todo, absolutamente en todo. Demasiadas cargas de responsabilidades sobre mí que yo asumía porque era yo, sólo yo, la que se las imponía. Nadie me presionaba para ser perfecta ni pretendiera esa excelencia que yo me exigía. Cuando entras en ese mundo, no ves más allá que lo que te ciega, todo se transforma en obligaciones frías motivadas por esa obsesión de que nada quede pendiente, sin hacer, sin terminar, para el día siguiente...

Y te acuestas cuando todo está en su punto ideal, pero, pensando en que el sueño será breve porque empieza pronto el día y todo se repetirá. Y así, año tras año hasta que un día ves la cama de tu hija vacía cuando le ibas a dar el beso de buenas noches, ya no está; se hizo mayor de pronto, sin darme cuenta y voló a otra ciudad, a otra casa, y a un colegio más grande en el que ya no podía ir a recogerla ni darle el desayuno. La universidad, el MIR, su profesión, su vida personal y su hija...; qué rápido se me pasaron esos dieciocho años que vivió con nosotros, conmigo, en su casa en la que ella nació y a la que volvía arañando sus horas libres entre las guardias para verme.

La abuela se completa a sí misma cuando lo es, vive lo que le faltó, lo que no hizo siendo sólo madre. Mi hija, en cambio, es mucho más sabia de lo que yo fui, si es que alguna vez lo fui, ahora lo dudo, Ella aprendió las prioridades y su perfección consiste en que Dada crezca feliz, sin carencias de una madre ocupada por detalles insignificantes que para mí eran de obligado cumplimiento. Ahora lo veo. Ahora lo siento, siento no haber ganado tantas horas tiradas en el suelo o correteando a las escondidas o bailando y cantando o paseando sin mirar relojes ni esos horarios tan apretados y precisos que había que cumplir.

Mi nieta rebosa felicidad, no importan las manchas, los juguetes revueltos, los libros (que tanto le gustan) sobre la mesa porque ha aprendido, porque le han enseñado, a recolocar lo que utiliza al sitio de dónde los cogió. Mete su ropa en la lavadora, tira a la basura los desechos y su plato al fregadero. Está creciendo con la libertad y la responsabilidad a la par. Sabe lo que está bien y lo que no en la medida que va cumpliendo meses. Es una niña fuerte, se cae y se levanta y continúa porque no se queja si no es necesario. Disfruta de lo que tiene y lo saborea hasta el milímetro para no perderse nada de lo que está a su alcance. Su pasión: sus tres perritos y cualquier otro que vea por la calle, se acerca sin preocuparle su tamaño, lo acaricia y lo saluda y así durante todos sus paseos que recorre con sus pies, en su carrito y, sobre todo, en su bici. En los parques, su columpio, allí pide que la empujen para subir más alto, para volar alto. Y, por eso, quiero estar con ella, verla mientras vuela cerca porque sé que sus vuelos serán muy rápidos y quiero, necesito sentir ese aire que remueve mi corazón durante este tiempo.