"AMORES DE UNA NOCHE DE VERANO"
Definir el amor es harto difícil, es un concepto tan amplio que no se debe caer en tópicos rancios y multiplicados hasta la saciedad. Que es un sentimiento, una emoción es obvio. El amor del bueno es aquel que se da sin mirar a quién ni a qué cuando son los necesitados: ayuda, abrazos, besos, compañía..., se regala desinteresadamente y, sin duda, tiene efecto rebote, no por su agradecimiento si lo hubiere sino porque llega a ti mismo con efecto bumerán en modo felicidad. No hay una estación del año concreta, no caduca y no lleva conservantes. Siempre es natural y sin artificios.
El amor de pareja es diferente, no siempre es generoso, sincero, real ni mucho menos infinito. Son dos partes y se complica si y una de ellas da más que la otra ¿tercio, cuarto, décimo...?) Encontrar el equilibrio es posible cuando lo que sale de uno de los corazones se repone en la misma proporción y ahí nace la clave de que se mantenga o resquebraje. Al comienzo, no se perciben esas desigualdades porque es demasiado grande la venda que te ciega y crees estar en el séptimo cielo y en varias dimensiones que no cumplen en ese momento el darte más perspectivas, sino más de lo mismo. Vulgarmente, se le conoce como la etapa del enamoramiento, donde la serotonina, feniletilamina, dopamina y oxitocina, las llamadas hormonas del amor, se hacen con el mando del timón y giran a su antojo sin rumbo ni horizonte. Es un cóctel, a veces muy peligrosos, si las dosis no se sirven en la misma medida lo que suele generar una adicción en una de esas mitades dejando a la otra cansada, desganada, agotada y abstemia. Son los que califico como amores de verano, por su calidez al comienzo y su bochornoso final. Momentos de decepciones, desalientos, negaciones, tristezas hasta llegar a esa salida de la aceptación por ti mismo/a en la que aparece el bendito otoño y la caída de las hojas te permite ver el bosque. Y ese bosque eres TÚ. Esos troncos se han fortalecido, crecido lo suficiente para que su vista alcance más allá del suelo que pisas, esa altura viene con la sabiduría del empoderamiento de levantarte de esa tonta caída en un torpe tropiezo. Observas que puedes caminar cada día un poco más, y andas, navegas y vuelas por tierra, mar y aire, libre porque TÚ puedes, porque todo quedó en unas sombras antiguas y caducas. No es un renacer, sino un descubrimiento del otro YO que siempre estuvo contigo, ese TÚ que te define, te espera, te cuida y te quiere. Míralo, ese amor innato, quizás invisible, maltratado, ignorado pero que te sigue esperando: el amor propio (nunca será común), el amarte en todas las estaciones de cada año y de sus meses, sus días, sus horas y sus segundos: amarte a ti por encima de todo y todos. Y de ese amor, sin duda, sentirás el efecto rebote cuando te quieras porque ese manto enamorado se extenderá hacia el mundo y retornará en continuos viajes de ida y vuelta entre el mundo y TÚ: un saco abierto, sin fondo y dispuesto a dar sin esperar nada y esa NADA aparente se transformará en el TODO: TU DIGNIDAD.
Yo me amo pero de forma intermitente. He roto varias veces conmigo y he tenido tremendas discusiones. Me he reñido mucho, pero, como tú dices, al llegar el otoño he fortalecido ese amor que el bosque no me dejaba ver
ResponderEliminarAy! otoño, cómo te esperamos, no te retrases.
ResponderEliminar