"VALIENTES..., DESDE EL BURLADERO"

Vivo y siento muy lejos de los términos taurinos. Es un recinto que acoge a los sin almas que celebran muertes inocentes, cuando se les ataca, para verlos morir tras un sufrimiento gratuito con el que llenar sus ansias de dolores ajenos. Un animal en el ruedo con un asesino coreado por la masa que, cuanto más daño produzca, mayor será su tarde de gloria para el matador como para los jaleantes.

Parecía olvidado para los nuevos tiempos gracias a lúcidas mentes que lo prohibieron poniendo a salvo la integridad del condenado con unos olés sangrientos gritados por un público cuya violencia innata descargan a las cinco en punto de las tardes.

Paralelamente, desde el olvido de tiempos de condenas humanas, inocentes, gente de paz y defensora de libertades, han renacido esos fosos de odio hacia los débiles que se sienten amedrantados por jaurías deshumanizadas y que ocupan calles con gritos tan indefendibles porque ni ellos saben lo que reclaman. Herederos directos de maldades o simples pollos sin cabeza que vagan con intenciones de disfrutar viendo el daño, el dolor, el miedo que provocan en personas cuyas ideologías se basan en sobrevivir en otras tierras a las de su origen agotadas de porvenires y que buscan futuros esperanzadores en los que encontrar oportunidades de salvación.

Niños, sin mayoría de edad, con minoría de pensamientos, se agrupaban en calles al grito de que sólo los cristianos tenían derechos a ser españoles. Siempre en grupos, en cuadrillas, con capotes y espadas dispuestos a clavar banderillas cuando la autoridad lo ordene. Por sí solos, no son nada; con sus amos, tampoco. Carecen de moral, de ética, de conciencia y de ideas propias. Posiblemente, nunca hayan cambiado los avíos de matar por un libro y este es el resultado.

Su valentía les revienta en sus puños, en sus alaridos, en esa cobardía que esconden por la ausencia de planteamiento del ¿qué hago yo aquí? Y apuesto a que su única respuesta sería: desde el burladero, estoy a salvo.