"VERSOS SECOS: EL ÁRBOL VENCIDO"
Hubo en mi jardín un árbol lucero en la sombra de la soledad, en palabras de silencio, en abrazos desde lejos y en bailes al son de cada tiempo. Creíale inteligente, sabio y pudiente. Parecíame robusto, indemne a los vientos de dónde vinieren. Sus hojas lo vestían sin cambiar de temporada, parecíanse sus telas perennes, fieles, confiables y transparentes. Era mi yerba danzada, singular, donde el plural no cabía ni los miedos se atrevían a pisar las melodías. El árbol sentía: lloraba y reía; emocionaba verlo: vivía. Nunca antes sintióse feliz, completo y con fortuna en sus manos ni en su piel, ajadas y secas por carencias de esa miel. Quiso una mañana, quizás una tarde o mediodía, sacarse sus raíces, cansadas de esta vida desgastadas por sequías de pasados desarraigos, sin amores ciertos expulsados de su lecho caducos y deshechos; sin caminos, sin zapatos a medida, confundido con la ciencia, la pasión y y su visión; abrióse paso entre pseudos y ...